15 de mar. de 2012

Aroma de pinos

Aspiré profundo la espiral de humo que ascendía de la hoguera hecha con  ramas de pino y mi mente se remontó a nuestra infancia, cuando hogueras semejantes perfumaron el aire del atardecer, junto al mar tranquilo como ahora, mientras jugábamos estirando el tiempo antes de ser llamados a la casa. Un cielo igualmente naranja, con nubes cada vez más violáceas y la Luna pequeña en un rincón del firmamento, que avanzaba disimuladamente para que el Sol no se percatara de su aparición. Un espectáculo conocido y mil veces admirado, pero siempre diferente.
De aquello, han pasados muchos años y estoy otra vez  junto a una hoguera de ramas de pino; cierro los ojos y regresa nuestra risa, el chapoteo de los pies descalzos en la pequeña ola que llegaba a la orilla, la brisa que se hacía cada vez más fresca, el chirrido de los grillos escondidos en los árboles y el mismo olor en la llama a punto de extinguirse. Vuelo a ser niña, aunque…esta vez estoy sola, o casi sola, porque tengo el mar, el Sol que huye, la Luna pequeña y la hoguera de pinos ¡Ah! Y mis recuerdos. ¡Qué poco queda de todo aquello! ¡Cuántos ya no están más junto a la orilla, porque para ellos no habrá atardeceres! Y sigo aquí, quién sabe porque tiempo, tal vez el suficiente para recordarlos.
Entonces, yo era siempre la última en abandonar la orilla y dibujaba cosas en la arena mojada, retando a las olas que apenas me permitía terminarlas, pero no eran malvadas, sólo jugueteaban, porque la playa se estaba quedando vacía y los peces no hacen, como yo, dibujos en la arena. Al alejarme, echaba una última mirada al mar del atardecer y me despedía del Sol, que apenas se dejaba ver en el horizonte, pero testarudo seguía pintando de naranja el paisaje, como para demostrar que continuaba vivo y regresaría la próxima mañana.
Fijo mis ojos en las chispas de la hoguera, siento su crepitar agonizante; vuelvo a llenar mis pulmones del aroma de pino, como si jamás pudiera haber otra hoguera como aquella y quedo suspendida en el tiempo. De repente, la figura de un balón de playa colorido llega hasta mis pies arrojado por las olas. Mi primer impulso fue atraparlo para que no escapara y lanzarlo a su dueño que no debía hallarse lejos; levanté la vista buscando al niño, que con certeza estaría observando la escena, pero sólo estaba la playa, más vacía que nunca. Me incorporé de la arena con el balón apretado contra mi cuerpo y miré intensamente al mar. Unas pequeñas olas, que se me figuraron halagadoras y tiernas, me acariciaron los pies y entonces comprendí todo: el mar también me recordaba y devolvía mi infancia en aquella pelota de playa que no tenía dueño y con la que, tal vez, jugamos un atardecer, mientras el aroma de la hoguera de pinos llenaba el aire.
Apagué la lumbre, recogí mis pertenencias y antes de marcharme, me adentre un poco en el agua, mojé mi rostro como si fuera en una pila bautismal y dije en voz alta, mirando el horizonte:
-Gracias.
Adela Hilda Figueroa Gutiérrez
5/3/2012


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